de José
Ingenieros, escrito en 1913.
"Cada cierto tiempo el equilibrio social se rompe a favor de la
mediocridad.
El ambiente se torna refractario a todo afán de perfección, los ideales
se debilitan y la dignidad se ausenta; los hombres acomodaticios tienen su
primavera florida.
Los gobernantes no crean ese estado de cosas; lo representan.
El mediocre ignora el justo medio, nunca hace un juicio sobre si,
desconoce la autocrítica, está condenado a permanecer en su módico refugio.
El mediocre rechaza el diálogo, no se atreve a confrontar, con el que piensa distinto.
Es fundamentalmente inseguro y busca excusas que siempre se
apoyan en la descalificación del otro.
Carece de coraje para expresar o debatir públicamente sus ideas,
propósitos y proyectos. Se comunica mediante el monologo y el aplauso.
Esta actitud lo encierra en la convicción de que él posee la
verdad, la luz, y su adversario el error, la oscuridad.
Los que piensan y actúan así integran una
comunidad enferma y más grave aún, la dirigen, o pretenden
hacerlo.
El mediocre no logra liberarse de sus resentimientos,
viejísimo problema que siempre desnatu- raliza a la Justicia.
No soporta las formas, las confunde con formalidades, por lo cual
desconoce la cortesía, que es una forma de respeto por los demás.
Se siente libre de culpa y serena su conciencia si disposiciones
legales lo liberan de las sancio- nes por las faltas que cometió.
La impunidad lo tranquiliza. Siempre hay mediocres, son perennes. Lo que varía es su prestigio y
su influencia.
Cuando se reemplaza lo cualitativo por lo conveniente, el rebelde es
igual al lacayo, porque los valores se acomodan a las circunstancias.
Hay más
presencias personales que proyectos. La declinación de la “educación” y su
confusión con “enseñanza” permiten una sociedad sin
ideales y sin cultura, lo que facilita la existencia de políticos
ignorantes y rapaces."
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